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Repercusión funcional del ictus en el adulto joven

Ictus en el adulto joven

El ictus es una de las principales causas de discapacidad de origen neurológico en los adultos jóvenes, situación que genera un elevado coste sanitario, social y económico, al tratarse de un colectivo con una dilatada esperanza de vida.

En este grupo de edad, alrededor del 50 % de los ictus son de tipo hemorrágico, mientras que el 50 % restante son de causa isquémica. Esta distribución difiere sensiblemente de la observada en personas mayores de 65 años, en las que el 80-85 % de los ictus son de tipo isquémico.

El momento vital en el que ocurre un ictus condiciona la posible aparición de cambios en los intereses y actividades propios de esa etapa. En el caso de los adultos jóvenes, surgen múltiples incertidumbres sobre el futuro profesional, las relaciones familiares-sentimentales y/o el cuidado y la educación de los hijos. Mientras que en los adultos mayores la capacidad para realizar con éxito actividades de vida diaria es un buen indicador de independencia funcional, no ocurre lo mismo en el caso de los adultos jóvenes.

Relaciones familiares

Las repercusiones físicas, psicológicas y sociales derivadas de un ictus van más allá de la persona afectada, e influyen en las dinámicas familiares y conyugales a diferentes niveles. Un número significativo de adultos jóvenes experimentan problemas familiares después del ictus. Es posible concebir la familia como una máquina en la que su correcto funcionamiento depende de la acción sincronizada de todos sus componentes: si cualquiera de estos se altera, la dinámica familiar se ve invariablemente afectada. Por lo tanto, cuando un miembro de la unidad familiar experimenta una patología grave, como por ejemplo, un ictus, los otros miembros tienen que adaptarse al cambio de roles o papeles, estructuras y formas de relacionarse. No es atípico que las parejas se separen o divorcien, o bien que las que permanecen unidas puedan experimentar un deterioro en las relaciones sexuales. Es importante destacar que la mayor parte de las parejas que se separan tenían una relación problemática previa al ictus, y que la tasa de separación y/o divorcio es sensiblemente inferior en aquellas que previamente tenían una buena relación. Así mismo, el hecho de tener niños pequeños no parece influir en la tasa de separación o divorcio.

Junto a las posibles dificultades que surgen entre la pareja, el ictus también puede generar dificultades en el cuidado y la educación de los hijos. Este aspecto es una fuente considerable de ansiedad, tanto para la persona afectada como para su pareja. Estos últimos tratan de asumir las responsabilidades de la persona afectada, a la vez que se preocupan por ocultar sus emociones y lidiar con las consecuencias que podrá tener el ictus en el bienestar psicológico de sus hijos.

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